La Iglesia clausura el tiempo pascual con Pentecostés; y el domingo siguiente celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. En su fiesta proclamamos que creemos en un solo Dios Verdadero en tres personas distintas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.
Cuando comienza nuestra vida cristiana —en y por el bautismo—el misterio de la Santísima Trinidad está presente. Generalmente primero se bendice el agua, y luego se hacen las renuncias y profesión de fe. Renunciamos al pecado y al demonio; y, cuando nos preguntan si creemos en el Padre, respondemos "Sí, creo". Y respondemos afirmativamente también cuando se nos pregunta si creemos en el Hijo, y, finalmente, en el Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (como dice el Vaticano I); un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo. Por todo ello su celebración no suele tener mucho colorido ni exteriorizaciones.
Tomamos conocimiento del misterio de la Santísima Trinidad en la práctica de la oración y en la lectura constante de la Biblia. Porque es en la oración y en la meditación bíblica cuando la fe crece, madura, se fortalece, se ilumina y purifica. Sin fe no podemos conocer el misterio de Dios.
Dios es misterio de amor y de unidad. Contemplando con los ojos de la fe el misterio de la Santísima Trinidad intuimos que en Ella el amor es perfecto. Por eso será que la Biblia dice que "Dios es amor" (1 Jn 4,8). Además, el amor en Dios hace que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vivan en una unidad indivisible. Por eso, a la hora de emprender la construcción de la unidad entre nosotros, vamos a la fuente: Dios derrama su amor en nosotros para que juntos caminemos hacia la unidad.
De Dios venimos, y hacia Dios vamos. Dios es lo más importante. Su proyecto de salvación conduce a la vida verdadera. El proyecto humano tiene valor solo en la medida en que se encamine a la voluntad salvadora del Creador y Salvador.
La fe en Dios, Uno y Trino, nos impulsa a encauzar nuestra existencia según entiende Jesús el amor y la unidad.
¡Gloria al Padre, gloria al Hijo, y gloria el Espíritu Santo. Amén!
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