martes, 14 de mayo de 2024

Vida en el Espíritu


Los cristianos hacemos "En el nombre del Padre..." varias veces al día. Lo llamamos "persignar", "signar", "hacer la señal de la cruz", "santiguarse", etc. En ese momento decimos: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

"...y del Espíritu Santo". Durante la novena de Pentecostés tenemos la providencial oportunidad de renovar nuestra fe en el Espíritu Santo. Creemos en Él, esperamos y confiamos en su presencia y su obra en nosotros. Pero nos hace bien el hecho de que como comunidad celebremos Pentecostés.

Porque lo habitual puede perder valor para nosotros. Podemos estar tan acostumbrados que -puede suceder- ya ni pensemos en lo que decimos. En la señal de la cruz decimos "En el nombre... del Espíritu Santo". Al nombrarlo con el Padre y el Hijo estamos celebrando una profesión de fe en el misterio de la Trinidad, en el misterio de Dios mismo.

Podemos pensar en lo importante que es el santiguarnos, en decir vocal o solo mentalmente "en el nombre de Dios". Al pensar, y al reflexionar en lo que hacemos, podemos revalorizar y dar todo el sentido que tiene que tener la persignación. 

En el nombre... del Espíritu Santo. Del mismo Espíritu que actuó en la encarnación del Hijo de Dios: «El ángel le respondió (a María): "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra"» (Lc 1,35). Del Espíritu que hizo nacer la Iglesia: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse» (Hch 2, 1-4).

El Espíritu Santo hizo posible que la fuerza de la Pascua obrara en cada persona allí presente. El mismo Jesús lo había anunciado: «Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: «Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes» (Jn 16,13-15). 

Cada vez que invocamos al  Espíritu Santo estamos pidiendo que la Pascua de Cristo obre en nuestras vidas. Porque sin el Espíritu Santo la Pascua queda fuera de nosotros y, por tanto, infecunda. De allí que la devoción al Espíritu Santo no sea algo optativo sino que forma parte de la fe en Jesucristo.

Hermosas las palabras de Pedro en la mañana de Pentecostés: «Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. Estos hombres no están ebrios, como ustedes suponen, ya que no son más que las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que dijo el profeta Joel: "En los últimos días, dice el Señor, derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas..."» (Hch 2,14-17). "Derramaré mi Espíritu", palabras proféticas que son cumplidas por el envío que Jesús hace del Espíritu Santo desde el Padre. 

El mejor propósito para Pentecostés será el que nos ayude a vivir en el Espíritu Santo: para que él habite en nosotros, y para que nosotros nos dejemos iluminar, fortalecer y guiar en la misión de compartir la Buena Noticia. Porque ese es el pedido más importante que debemos hacer al Espíritu: que nos acompañe y que actúe en la misión de la Iglesia.

Vida en el Espíritu significa que cada uno de nosotros lo invocamos, estamos pendientes de sus inspiraciones, nos dejemos transformar de hombre viejo a hombre nuevo. Vida en el Espíritu vivimos cuando valoramos la comunidad y nos insertamos cordialmente en ella; porque si hay algo que el Espíritu Santo hace es la Iglesia. ¿Qué hizo el Espíritu Santo en Pentecostés? ¡Nacer la Iglesia! 

¡Ven, Espíritu Santo, ven!



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